martes, 3 de septiembre de 2013

La Iglesia - Definición e Historia



Consideraciones en cuanto a la Iglesia

(Basadas principalmente en el libro de Hechos)

La Iglesia de Dios, llamada el Cuerpo de Cristo, está formada por todos los que, por su fe en el Señor Jesucristo, han renacido del espíritu de Dios. Ésta excede, en su realidad, existencia y efectos, los límites físicos y temporales de las instituciones religiosas o de las iglesias locales; por eso nos podemos referir a ella como “la iglesia universal”[1]

La Iglesia Universal, siendo una sola, está formada por muchos miembros, que a su vez se reúnen en un tiempo y lugar determinado formando lo que podemos llamar “iglesias locales”.[2]

Expansión de la Iglesia Universal a través
de la proliferación de Iglesias locales

I.   Su historia

Tanto para la Iglesia Universal como para la iglesia local encontramos una referencia en las palabras del mismo Señor Jesucristo: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mat_18:17-20). Estas palabras proféticas del Señor también son la semilla de lo que sería la constitución y organización de la Iglesia, ya que nos presentan claramente que la organización primera y principal de una iglesia viva está basada en (y directamente relacionada con) la fuerza vital que proviene de la presencia activa de Cristo en la comunión de los creyentes. Él es su guía y el proveedor de la sabiduría y recursos de la gracia de Dios.

En cuanto al nacimiento y expansión de la Iglesia del Cuerpo de Cristo, su historia empieza en el día de Pentecostés, posterior a la ascensión del Señor.[3] En aquel día, la predicación de Pedro fue bendecida de tal manera que tres mil almas se convirtieron al Señor y recibieron espíritu santo. Debido a la común fe en la salvación que Dios ha hecho disponible por medio de Cristo, y llenos del influjo del espíritu santo, todos estos creyentes se reconocieran como genuinamente unidos los unos a los otros y unidos a Cristo. Esto dio por resultado que hicieran vida en común (hasta donde les fue posible) como una gran familia, perseverando en la doctrina que -en principio- el Señor les había encargado a los apóstoles (es decir: el Evangelio de Dios), en la oración y en el partimiento del pan (Hch. 2:41-47).

He aquí, pues, el único punto de la historia (del cual tenemos registro claro) en donde la Iglesia Universal fue “palpable”, coincidió con una iglesia local, por el hecho de que el testimonio de salvación aún no se había extendido fuera de Jerusalén.
Después del martirio de Esteban y a causa de la persecución que se levantó en esos tiempos, la mayor parte de los creyentes de Jerusalén fueron esparcidos. Pero, lejos de callar el mensaje, “iban por todas partes anunciando el evangelio” (Hch. 8:4). En los muchos sitios en que Dios prosperó su testimonio, se iban formando grupos de creyentes, que luego recibían visitas periódicas de los apóstoles de Jerusalén (Hch. 9:32). Por medio de este procedimiento, y dentro de un período relativamente breve, comenzaron a funcionar muchas iglesias locales esparcidas por las regiones de Palestina, cercanas a Jerusalén.

Luego de abrirse la puerta de la fe a los gentiles (Hch. 10:1-48), y de haber sido llamado y preparado Pablo y Bernabé para su obra apostólica, fue posible que el Evangelio se hiciera extensivo a muchos países del mundo. En el curso de tres grandes expediciones misioneras, Pablo, junto con los otros servidores de Dios que lo acompañaban, participaron decisivamente en la formación de iglesias locales en muchas partes de Siria, Asia Menor y Grecia, según la historia detallada que Lucas nos da en Hechos, capítulos 13 al 20. Sin duda otros apóstoles y creyentes llevaron a cabo una obra similar en otras regiones.

Desde entonces, sólo Dios y el Señor pueden ver la Iglesia universal en toda su extensión por el mundo y a través de los siglos, y coordinar su movimiento; pero la iglesia local llega a ser Su reflejo y Su expresión en un sitio determinado de la tierra, tanto que la mayoría de las figuras que la Biblia usa para referirse a la iglesia universal, como ser “Edificio”, “Templo de Dios”, “Cuerpo de Cristo”, son perfectamente aplicables a una iglesia local.

Según lo que se puede apreciar en el libro de Hechos (y lo que se añade en las distintas epístolas), cuando la predicación y la labor de un obrero resultaban en la formación de una iglesia, aunque éste pudiera permanecer por algún tiempo en aquel sitio para cuidar y guiar la nueva congregación, o mantener visitas y correspondencia periódicas que tenían el mismo fin, estos heraldos de Cristo no buscaban sostener esta metodología indefinidamente sino, por el contrario, ellos favorecían, estimulaban, velaban y confiaban en que el Señor levantara los dones necesarios en cada grupo, no sólo en beneficio de la vida interna del grupo, sino también con miras a la propagación del mensaje en las regiones circundantes (Hch. 20:25; 28:31-32; 2 Ti.2:2). Esto lo hacían por medio de la profundización en el conocimiento del Evangelio (lo cual incluye las realidades del cuerpo de Cristo, y la poderosa conexión de cada miembro con el Señor y por medio de él con Dios) y la mucha oración al “Señor de la mies” (Mt. 9:38).

Por eso, al hablar de  “pastoreo” debemos entenderlo como un proceso de ayuda para el crecimiento y desarrollo de un creyente, pero no hay que caer en la práctica de un pastoreo “eterno” que impida o estorbe al crecimiento de los cristianos  en particular y de la iglesia como conjunto. Tampoco sería correcto ir al otro extremo, haciendo abandono de una iglesia que aún no ha podido crecer en su relación con Dios y con el Señor como para andar con la determinada autonomía.

Cuando la iglesia local estaba lo suficientemente firme y crecida, aquél que había estado participando en el cuidado y la guía de aquella congregación, se ocupaba, con la guía del Señor, de que algunos  “ancianos” (gente espiritualmente madura) que servían en la congregación quedaran al cuidado esta nueva iglesia, mientras ellos iban a predicar el Evangelio a nuevos horizontes.

Es importante notar que no eran estos “fieles obreros y colaboradores de Dios” los que levantaban o decidían quienes eran “ancianos”, o quienes quedarían al cuidado de la iglesia, sino el Señor. Ellos sólo indicaban o señalaban a aquellos que (por su fe y amor) Cristo ya había  preparado y exaltado en alguna medida para tal obra (Hch.13:1-3; 20:25; 28:31-32; Hch. 14:21-23). En ocasiones este “señalamiento” (que puede incluir “imponer las manos” o no) puede resultar necesario, pero no hay indicios de que se deba transformar en una norma, pues también son muchas las ocasiones en que la sola obra del espíritu de Dios entre los miembros de la iglesia, exalta y pone en funcionamiento los distintos dones y las distintas funciones, sin que exista un creyente en particular que “ordene” tales cosas, cada situación es diferente y debe tratarse conforme a la guía de  Dios y Cristo.


[1]              Al decir “Iglesia Universal” nos referimos a la Iglesia como la entidad espiritual creada por Dios, de la cual forman parte todos cristianos renacidos, sin querer generar asociaciones con la denominación que  se ha auto-proclamado con el nombre de “Iglesia Universal”.
[2]              La Biblia usa la palabra “iglesia” para referirse tanto al Cuerpo de cristianos como un todo, como a un grupo más pequeño de cristianos, reunidos en servicio o adoración a Dios.
[3]              Si bien existía una “iglesia” antes del día de Pentecostés (Mt. 18:17), ésta estaba más bien centrada en las promesas hechas al pueblo de Israel. La Iglesia del Cuerpo de Cristo a la que actualmente pertenecemos comienza en el momento en que una nueva realidad espiritual hace que los que creen en Cristo pasen a formar parte de un Cuerpo con Él (1 Co. 12:12-13).