Consideraciones en cuanto a la Iglesia
(Basadas principalmente en el libro de
Hechos)
La Iglesia de
Dios, llamada el Cuerpo de Cristo, está formada por todos los que, por su fe en
el Señor Jesucristo, han renacido del espíritu de Dios. Ésta excede, en su
realidad, existencia y efectos, los límites físicos y temporales de las
instituciones religiosas o de las iglesias locales; por eso nos podemos referir
a ella como “la iglesia universal”[1]
La Iglesia
Universal, siendo una sola, está formada por muchos miembros, que a su
vez se reúnen en un tiempo y lugar determinado formando lo que podemos llamar
“iglesias locales”.[2]
Expansión de la Iglesia Universal a través
de la proliferación de Iglesias locales
I. Su
historia
Tanto para la
Iglesia Universal como para la iglesia local encontramos una referencia en las
palabras del mismo Señor Jesucristo: “Porque donde están dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mat_18:17-20). Estas palabras proféticas del Señor
también son la semilla de lo que sería la constitución y organización de la
Iglesia, ya que nos presentan claramente que la organización primera y principal
de una iglesia viva está basada en
(y directamente relacionada con) la fuerza vital que proviene de la presencia
activa de Cristo en la comunión de los creyentes. Él es su guía y el proveedor
de la sabiduría y recursos de la gracia de Dios.
En cuanto al
nacimiento y expansión de la Iglesia del Cuerpo de Cristo, su historia empieza
en el día de Pentecostés, posterior a la ascensión del Señor.[3]
En aquel día, la predicación de Pedro fue bendecida de tal manera que tres mil
almas se convirtieron al Señor y recibieron espíritu santo. Debido a la común
fe en la salvación que Dios ha hecho disponible por medio de Cristo, y llenos
del influjo del espíritu santo, todos estos creyentes se reconocieran como genuinamente unidos los unos a los otros
y unidos a Cristo. Esto dio por resultado que hicieran vida en común (hasta
donde les fue posible) como una gran familia, perseverando en la doctrina que
-en principio- el Señor les había encargado a los apóstoles (es decir: el
Evangelio de Dios), en la oración y en el partimiento del pan (Hch. 2:41-47).
He aquí, pues,
el único punto de la historia (del cual tenemos registro claro) en donde la
Iglesia Universal fue “palpable”, coincidió con una iglesia local, por el hecho
de que el testimonio de salvación aún no se había extendido fuera de Jerusalén.
Después del
martirio de Esteban y a causa de la persecución que se levantó en esos tiempos,
la mayor parte de los creyentes de Jerusalén fueron esparcidos. Pero, lejos de
callar el mensaje, “iban por todas partes anunciando el evangelio” (Hch. 8:4).
En los muchos sitios en que Dios prosperó su testimonio, se iban formando grupos de creyentes, que luego recibían
visitas periódicas de los apóstoles de Jerusalén (Hch. 9:32). Por medio de este
procedimiento, y dentro de un período relativamente breve, comenzaron a
funcionar muchas iglesias locales
esparcidas por las regiones de Palestina, cercanas a Jerusalén.
Luego de abrirse
la puerta de la fe a los gentiles (Hch. 10:1-48),
y de haber sido llamado y preparado Pablo y Bernabé para su obra apostólica,
fue posible que el Evangelio se hiciera extensivo a muchos países del mundo. En
el curso de tres grandes expediciones misioneras, Pablo, junto con los otros
servidores de Dios que lo acompañaban, participaron decisivamente en la
formación de iglesias locales en muchas partes de Siria, Asia Menor y Grecia,
según la historia detallada que Lucas nos da en Hechos, capítulos 13 al 20. Sin
duda otros apóstoles y creyentes llevaron a cabo una obra similar en otras
regiones.
Desde
entonces, sólo Dios y el Señor pueden ver la Iglesia universal en toda su extensión
por el mundo y a través de los siglos, y coordinar su movimiento; pero la
iglesia local llega a ser Su reflejo y Su expresión en un sitio determinado de
la tierra, tanto que la mayoría de las figuras que la Biblia usa para referirse
a la iglesia universal, como ser “Edificio”, “Templo de Dios”, “Cuerpo de
Cristo”, son perfectamente aplicables a una iglesia local.
Según lo que se
puede apreciar en el libro de Hechos (y lo que se añade en las distintas
epístolas), cuando la predicación y la labor de un obrero resultaban en la
formación de una iglesia, aunque éste pudiera permanecer por algún tiempo en
aquel sitio para cuidar y guiar la nueva congregación, o mantener visitas y
correspondencia periódicas que tenían el mismo fin, estos heraldos de Cristo no
buscaban sostener esta metodología indefinidamente sino, por el contrario,
ellos favorecían, estimulaban, velaban y
confiaban en que el Señor levantara los dones necesarios en cada grupo, no sólo
en beneficio de la vida interna del grupo, sino también con miras a la
propagación del mensaje en las regiones circundantes (Hch. 20:25; 28:31-32;
2 Ti.2:2). Esto lo hacían por medio de la profundización en el conocimiento del
Evangelio (lo cual incluye las realidades del cuerpo de Cristo, y la poderosa
conexión de cada miembro con el Señor y por medio de él con Dios) y la mucha
oración al “Señor de la mies” (Mt. 9:38).
Por eso, al
hablar de “pastoreo” debemos entenderlo
como un proceso de ayuda para el crecimiento y desarrollo de un creyente, pero
no hay que caer en la práctica de un pastoreo “eterno” que impida o estorbe al
crecimiento de los cristianos en
particular y de la iglesia como conjunto. Tampoco sería correcto ir al otro
extremo, haciendo abandono de una iglesia que aún no ha podido crecer en su
relación con Dios y con el Señor como para andar con la determinada autonomía.
Cuando la
iglesia local estaba lo suficientemente firme y crecida, aquél que había estado
participando en el cuidado y la guía de aquella congregación, se ocupaba, con
la guía del Señor, de que algunos
“ancianos” (gente espiritualmente madura) que servían en la congregación
quedaran al cuidado esta nueva iglesia, mientras ellos iban a predicar el
Evangelio a nuevos horizontes.
Es importante
notar que no eran estos “fieles obreros
y colaboradores de Dios” los que levantaban
o decidían quienes eran
“ancianos”, o quienes quedarían al cuidado de la iglesia, sino el Señor. Ellos sólo indicaban o señalaban a aquellos que (por
su fe y amor) Cristo ya había preparado
y exaltado en alguna medida para tal obra (Hch.13:1-3; 20:25; 28:31-32;
Hch. 14:21-23). En ocasiones
este “señalamiento” (que puede incluir “imponer las manos” o no) puede resultar
necesario, pero no hay indicios de que se deba transformar en una norma, pues
también son muchas las ocasiones en que la sola obra del espíritu de Dios entre
los miembros de la iglesia, exalta y pone en funcionamiento los distintos dones
y las distintas funciones, sin que exista un creyente en particular que
“ordene” tales cosas, cada situación es diferente y debe tratarse conforme a la
guía de Dios y Cristo.
[1] Al decir “Iglesia Universal” nos referimos a la
Iglesia como la entidad espiritual creada por Dios, de la cual forman parte
todos cristianos renacidos, sin querer generar asociaciones con la denominación
que se ha auto-proclamado con el nombre
de “Iglesia Universal”.
[2] La Biblia usa la palabra
“iglesia” para referirse tanto al Cuerpo de cristianos como un todo, como a un
grupo más pequeño de cristianos, reunidos en servicio o adoración a Dios.
[3]
Si bien existía una “iglesia” antes del día de Pentecostés (Mt. 18:17), ésta
estaba más bien centrada en las promesas hechas al pueblo de Israel. La Iglesia
del Cuerpo de Cristo a la que actualmente pertenecemos comienza en el momento
en que una nueva realidad espiritual hace que los que creen en Cristo pasen a
formar parte de un Cuerpo con Él (1 Co. 12:12-13).